Xibalbá no es,
a diferencia del
infierno judeo – cristiano,
el lugar del pecado.
Es el lado oscuro.
Dichosas las que viven
en él sin culpas,
o sabrían lo que es la
eterna sala de espera del limbo.
Acá hemos aprendido que
a las personas
se les ama por sus
ángeles y demonios,
que amar a una sola
persona
es desperdiciar
dos/tercios de corazón,
y que el mejor
afrodisíaco es navegar el mismo hoyo de gusano
entre humo y vino.
Acá hemos aprendido a
hacer el amor
desde cualquier parte
del cuerpo,
y a despertar la
animala
con el leve roce de la
yema de los dedos
o escribiendo poemas
con la lengua
de un extremo de
clavícula al otro.
En Xibalbá hemos
aprendido a conocer a la presa
por la potencia de su
presión arterial en la muñeca
y el aroma a sangre en
el cuello,
a penetrarnos unas a
otras
y tocarnos el ombligo
desde adentro.
Sabemos convertirnos en
milpa de esqueleto
y escupir nuestro semen
en la mano
de una princesa Itzá,
mulata o mora, zamba o
gitana.
Hemos conocido la verdadera
disolución de la materia
desde el oráculo de
nuestro clítoris,
hemos viajado al
interior de nuestros átomos
por la vía láctea de
las palpitaciones de nuestras estrellas.
Ya no tememos a la
muerte
porque conocemos el
camino al centro de la tierra
y deseamos ir a fundir
nuestros huesos
en la orgía eterna de
las llamas.
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