es que los militares todos tienen una escupidera con el escudo de armas de una nación impuesta a pura sangre,
creado para que los hombres que se ufanan de ser blancos tengan un escenario de títeres pordioseros,
entre los cuales están los militares con sus escupideras.
Ni más ni menos que nos escupen en la cara.
El gorila se posará sobre el trono
a gusto y antojo de una masahualada atemorizada
ante este pan y circo de cadáveres en barrancos y manos cercenadas.
Escasos quince años nos separan de aquel simulacro perverso
de intentar firmar aquello que es infirmable,
porque esas cosas no se ponen en papel.
Se hacen.
Y nos escupieron.
Cayeron manos, brazos, cabezas,
lenguas, corazones, CORAZONES
por no ver nunca más un gorila sentado en el trono.
Y estúpidas manos prestaron sus dedos -imperdonables-
para marcar con sus ignorantes equis
al ungido por el santo designio de la mayoría absoluta
en esta misa hipócrita en la que todos comulgan sin siquiera conocer si existe un salvador
que se les meta en el sistema para hacerlos infelices y culposos de cualquier pensamiento, palabra, obra u omisión.
Por su culpa, por su culpa, por su gran culpa.
Por nuestra culpa, por nuestra culpa, por nuestra gran culpa.
10 i'q
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