Recordar se ha convertido en un acto de transgresión.
Amnesia cerebral por decreto militar
la palabra innombrable
esa que empieza con “g”… (escalofríos de todos los bandos)
ocurrió sólo en esos países
con nombres tan difíciles de pronunciar.
Otra espiral del hilo del tiempo en manos de b’atz
otra vuelta de cientochenta grados
para caer sentadas en el pavimento resquebrajado de tanto muerto
que tiene por lápida una pila anónima de concreto.
Una carretera
por la que ya no transitan balas
sino camiones con oro recién sacado
en legrado forzoso
a la matriz de nuestra muerta matria.
No confiemos nunca en este engañoso traje democrático
importado necesariamente de U.S.A.
(parece ser que el traje que alguna vez nos atrevimos a tejer padecía de comunismo).
Sin embargo, creo y estoy casi segura
que nos vendieron un traje de tercera mano
incluso, podría ser una osadía que yo afirme
que no fue un traje democrático
sino un disfraz.
Un disfraz democrático…
quién lo diría.
Y un traje de tercera mano
sólo dura siete períodos de cuatro años,
eso lo sabe cualquiera.
Pero,
en una república bananera
el disfraz tiene que cubrir
miserias propias y ajenas,
por decir nacionales e internacionales,
y de tanto jaloneo
el disfraz se ha ido despedazando
y apenas cubre el falo obsceno con que penetran sin permiso
la credulidad de la clientela ciudadana.
Son hábiles, hay que aceptarlo.
La gente no es tan estúpida como una puede pensar a primera vista,
y un disfraz sería difícil de sostenerse
a menos que se altere la pupila del espectador.
Se ha proveído, de dudosa procedencia,
pares de lentes grandotes de colores
a dicha clientela ciudadana
para que cada espectador que los porte pueda ver,
incluso su propio reflejo,
según el color de su cristal.
Los peores cristales son los del hambre,
disminuyen considerablemente la capacidad de percibir más allá del estómago que aprieta.
Preocupa constatar que esos lentes ahumados de agua lodosa
los lleva, quizá, la mitad de la masa expectante.
Hay otros, terribles,
de sangre coagulada.
Se compran baratísimos en cualquier esquina, semáforo, o con su voceador más cercano.
Los hay rosados, que además,
vienen acompañados de una camisa blanca,
y también, en un tono celeste, así tipo cooperación internacional.
Ambos,
según evidencia empírica
parecen dar en quien los porta la sensación que la realidad en su burbuja
puede ser transformada si se finge positivismo sin fundamento.
Los hay para cubrir los ojos morados
los hay para ir a votar con cara de optimismo,
para mujeres y ciudadanía golpeadas y en negación.
También he de comentar,
porque es relevante para el punto que trato de exponer,
que hay algunos lentes que se ponen a voluntad y susto
hay otros que se ponen a ignorancia
pero los que realmente me parecen molestos son los que intentan ponerle a una por la fuerza.
Y parece ser que en esta coyuntura que nos rebasa
el alto mando de esta finca, mina, o cuartel militar
está imponiendo por decreto militar el uso de lentes para la amnesia
para esta estupidez colectiva de negar que
alguna vez esas medallas en sus pechos han sido ganadas a fuerza de supresión del enemigo.
El enemigo que se negó a dejar imponerse lentes de resignación.
Por esto confirmo y reafirmo
que mi cabeza es una trinchera
que recordar es un acto de transgresión
porque no impongo olvido sobre mis ojos rotos
porque aunque duela caminar encima de fosas clandestinas
aunque duela recordar la violación o la presencia sin cuerpo:
no olvido.
Que no me reconcilio porque nadie ha pedido perdón
y quién es mi memoria para absolver de culpa a estos seniles asesinos de la matria.
Creen que sus viejos cuerpos se librarán de los barrotes
y quizá lo logren.
Hemos llegado tarde a interpelarlos con un retazo de disfraz democrático en nuestras manos.
Pero,
allá en el inframundo donde no se andan con tantas limitaciones mundanas
les están esperando
miles de ojos abiertos
multiplicados infinitamente por un caleidoscopio de lentes rotos.
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